El general Raúl Castro, Segundo Secretario del Comité Central del Partido y
Ministro de las FAR, ha despejado una incógnita. Ha dicho que, después de
Fidel, vendrá el Partido. Lo aclaró en el acto por el aniversario 45 de la
fundación del Ejército Occidental, efectuado en San José de las Lajas, La
Habana, el 14 de junio de 2006, Año de la Revolución Energética en Cuba
(parece que en la Isla hay una revolución energética, pero la gente no ha
podido advertirlo porque los cubanos se pasan a oscuras la mayor parte del
tiempo).
La declaración es curiosa. Antes nadie había admitido que Fidel mandara más
que el Partido. Por el contrario, con frecuencia, un Fidel tímido, entornando
los ojos modestamente, había asegurado que él sólo era uno más dentro de la
estructura democrática de un Partido que decidía colegiadamente. No obstante,
se sospechaba que mentía. Parece que, a lo largo de casi medio siglo de
gobierno, todas las decisiones importantes, desde convertir a Cuba en un
satélite de la URSS e instalar misiles nucleares en la Isla, hasta pelear
durante 15 años en guerras africanas o fusilar al general más popular, Arnaldo
Ochoa, habían sido tomadas por el Máximo Líder sin consultar a una
organización obsecuente que se limitaba a aplaudir y a asentir bovinamente los
deseos y caprichos del Comandante.
¿A qué viene esta declaración? Raúl, seguramente obligado por su hermano, ha
pronosticado que el Partido heredará la autoridad de Fidel Castro por cuatro
razones: primero, para aclarar que él no puede calzarse las botas de su
hermano. No es un líder carismático, sino un viejo de 75 años, amante de las
peleas de gallo y de los chistes vulgares, con el hígado cocinado por el
güisqui. Segundo, para desmentir la hipótesis de que junto al general Julio
Casas Regueiro, más su yerno, el teniente coronel Luis Alberto Rodríguez, y la
complicidad del general Colomé Ibarra, Ministro del Interior, a los que se
agregaban otros militares a cargo de múltiples actividades económicas, pensaba
crear una oligarquía castrense, medio mafiosa, a la manera rusa, que juntara
el poder de las armas y del dinero para beneficio propio. Tercero, para
restarle protagonismo a la Asamblea Nacional del Poder Popular, institución
conocida en Cuba como “los niños cantores de La Habana”, un afinado parlamento
que suele corear consignas dos veces al año bajo la batuta de Ricardo Alarcón,
un político que también soñaba convertirse en el heredero de Fidel tras su
esperado deceso. Cuarto, porque hasta la cúpula del poder llegan los
comentarios críticos de muchas personas, supuestamente revolucionarias,
convencidas de que en el entierro de Fidel, finalmente, comenzaría la esperada
transición hacia la democracia y el mercado.
Curiosamente, los demócratas de la oposición coinciden en que es más probable
y fácil esa transición si el poder lo ocupa el Partido y no el Ejército.
Aunque sin alharaca, en el Partido Comunista siempre ha habido tendencias y
sectores reformistas, hasta ahora invariablemente aplastados por Fidel Castro.
Muerto Castro, esas fuerzas podrían pactar el cambio con la oposición. Al fin
y al cabo, algo de esto fue lo que sucedió en casi toda Europa del Este. En
Cuba no tiene por qué ser diferente.
Palabras de Raúl Castro
“Repito lo que he afirmado en muchas ocasiones: el Comandante en Jefe de la
Revolución Cubana es uno solo, y únicamente el Partido Comunista, como
institución que agrupa a la vanguardia revolucionaria y garantía segura de la
unidad de los cubanos en todos los tiempos, puede ser el digno heredero de la
confianza depositada por el pueblo en su líder. Para eso trabajamos, y así
será, lo demás es pura especulación, por no decir otra palabra”.
“Al igual que hemos vencido en todas las batallas, tanto en Cuba como en
cumplimiento del deber internacionalista, venceremos al enemigo que intente
agazaparse en nuestras filas, consolidaremos cada vez más la Revolución y nos
haremos más fuertes en todos los frentes”.