PALABRAS DEL CARDENAL RENATO MARTINO EN LA PRESENTACIÓN DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA, COMO PARTE DEL ENCUENTRO CONMEMORATIVO POR LOS XX AÑOS DEL ENCUENTRO NACIONAL ECLESIAL CUBANO. 18 DE FEBRERO DE 2006

 

 

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 PRESENTACIÓN DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
 
por: Renato Raffaele Cardenal Martino
 

Saludo cordialmente al Eminentísimo Señor Cardenal, Jaime Ortega Alamino, a Su Excelencia Mons. Luigi Bonazzi, Nuncio Apostólico de Su Santidad, a todos los Excelentísimos Obispos de Cuba, a los Sacerdotes, Religiosas y Religiosos, y a todos los hermanos y hermanas seglares que con su compromiso generoso trabajan por extender el Reino de Dios en esta bella Isla.

 

Agradezco a Su Eminencia la invitación que, en nombre de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, me ha hecho para presentar ante Ustedes el Compendio de la doctrina social de la Iglesia. Sin más preámbulos expongo a su amable atención las siguientes reflexiones acerca de este importante documento eclesial, con la firme esperanza que resulte un instrumento útil en la comprometida labor pastoral que la Iglesia realiza en Cuba, misma que hace 20 años se vio particularmente impulsada por el Encuentro Nacional Eclesial Cubano.

 

Premisa

Me alegra muy especialmente estar aquí con ustedes, para vivir esta magnífica y comprometedora experiencia eclesial que el Señor Jesús nos ha preparado para afianzar nuestra fe en Él, para aumentar nuestra esperanza y para ayudarnos a transformar nuestra caridad en eficaces propósitos de bien. Nos hemos reunido aquí para presentar el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, dando a su mensaje universal un oportuno contexto continental, para que la Iglesia en Cuba, Pastores y fieles en un contexto de comunión y bajo la guía del Espíritu Santo busquen adaptarlo a las situaciones locales.

 

Esta Reunión la hacemos con nuestra mirada fija en el rostro de Jesús, que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6) de la Iglesia y del mundo entero. En el número 1 del Compendio leemos estas significativas palabras: «La Iglesia sigue interpelando a todos los pueblos y a todas las Naciones, porque sólo en el nombre de Cristo se da al hombre la salvación. La salvación que nos ha ganado el Señor Jesús, y por la que ha pagado un alto precio (cf. 1 Co 6,20;  1 P 1,18-19), se realiza en la vida nueva que los justos alcanzarán después de la muerte, pero atañe también a este mundo, en los ámbitos de la economía y del trabajo, de la técnica y de la comunicación, de la sociedad y de la política, de la comunidad internacional y de las relaciones entre las culturas y los pueblos: “Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina”»[1].
 

De la Ecclesia in America al Compendio de la doctrina social

En este momento, nuestro pensamiento lleno de gratitud se dirige al amadísimo Siervo de Dios Juan Pablo II, que quiso la publicación del Compendio, confiando la redacción del texto al Pontificio Consejo «Justicia y Paz». Él mismo enumeró los motivos que lo animaban a solicitar la publicación de este documento, y los expuso en su Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in America. El gran Papa anhelaba la promoción de una cultura de la solidaridad para establecer un orden económico «en el que no domine sólo el criterio del lucro, sino también el de la búsqueda del bien común nacional e internacional, la distribución equitativa de los bienes y la promoción integral de los pueblos» (n. 52); solicitaba, además, «una renovada fuerza» (n. 53), en el testimonio de la Iglesia, de «la verdad plena que está en el Hijo de Dios» (n. 53), ante la «difusión preocupante del relativismo y el subjetivismo en el campo de la doctrina moral» (n. 53), y escribía: «Ante los graves problemas de orden social que, con características diversas, existen en toda América, el católico sabe que puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia la respuesta de la cual partir para buscar soluciones concretas. Difundir esta doctrina constituye, pues, una verdadera prioridad pastoral. Para ello es importante "que en América los agentes de evangelización (Obispos, sacerdotes, profesores, animadores pastorales, etc.) asimilen este tesoro que es la doctrina social de la Iglesia, e, iluminados por ella, se hagan capaces de leer la realidad actual y de buscar vías para la acción". A este respecto, hay que fomentar la formación de fieles laicos capaces de trabajar, en nombre de la fe en Cristo, para la transformación de las realidades terrenas. Además, será oportuno promover y apoyar el estudio de esta doctrina en todos los ámbitos de las Iglesias particulares de América y, sobre todo, en el campo universitario, para que sea conocida con mayor profundidad y aplicada en la sociedad americana. La compleja realidad social de este Continente es un campo fecundo para el análisis y la aplicación de los principios universales de dicha doctrina. Para alcanzar este objetivo ─he aquí el proyecto que Juan Pablo II confió al Pontificio Consejo «Justicia y Paz»─ sería muy útil un compendio o síntesis autorizada de la doctrina social católica, incluso un "catecismo" que muestre la relación existente entre ella y la nueva evangelización. La parte que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a esta materia, a propósito del séptimo mandamiento del Decálogo, podría ser el punto de partida de este "Catecismo de doctrina social católica". Naturalmente, como ha sucedido con el Catecismo de la Iglesia Católica, se limitaría a formular los principios generales, dejando a aplicaciones posteriores el tratar sobre los problemas relacionados con las diversas situaciones locales» (n. 54).

 

No es inútil, para una provechosa meditación comunitaria, recordar que Juan Pablo II delineaba este proyecto en una reflexión global titulada «Camino para la solidaridad», articulada en los puntos que ahora les enumeraré, precisamente porque describen con exactitud también las urgencias en el vasto Continente americano: la solidaridad, fruto de la comunión; la doctrina social de la Iglesia, expresión de las exigencias de la conversión; la globalización de la solidaridad; los pecados sociales que claman al cielo («el comercio de drogas, el lavado de las ganancias ilícitas, la corrupción en cualquier ambiente, el terror de la violencia, la carrera de armamentos, la discriminación racial, las desigualdades entre los grupos sociales, la irrazonable destrucción de la naturaleza» (n. 56); el fundamento último de los derechos humanos; el amor preferencial por los pobres y marginados; la deuda externa; la lucha contra la corrupción; la cultura de la muerte y una sociedad dominada por los potentes; los pueblos indígenas y los americanos de origen africano; la problemática de los inmigrados (cap. V).

 

El Compendio: estructura y finalidad

Siguiendo con fidelidad las autorizadas indicaciones del Santo Padre Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Ecclesia in America, el Compendio ofrece un panorama unitario de las líneas fundamentales del corpus doctrinal de la enseñanza social católica, y presenta, «de manera completa y sistemática, aunque sintética, la enseñanza social, que es fruto de la sabia reflexión magisterial y expresión del constante compromiso de la Iglesia, fiel a la gracia de la salvación de Cristo y a la amorosa solicitud por la suerte de la humanidad» (n. 8).

 

El Compendio presenta una estructura sencilla y clara. Después de una Introducción, siguen tres partes. La primera, formada por cuatro capítulos, trata de las premisas fundamentales de la doctrina social: el designio de amor de Dios para el hombre y para la sociedad; la misión de la Iglesia y la naturaleza de la doctrina social; la persona humana y sus derechos; los principios y los valores de la doctrina social. La segunda parte, constituida por siete capítulos, trata de los contenidos y temas clásicos de la doctrina social: la familia; el trabajo humano; la vida económica; la comunidad política; la comunidad internacional; el medio ambiente y la paz. La tercera parte, bastante breve porque consta de un solo capítulo, contiene una serie de indicaciones para la utilización de la doctrina social en la praxis pastoral de la Iglesia y en la vida de los cristianos, sobre todo de los fieles laicos. La Conclusión, titulada Hacia una civilización del amor, expresa el objeto fundamental de todo el documento.

 

 El Compendio tiene una finalidad precisa: «se propone como un instrumento para el discernimiento moral y pastoral de los complejos acontecimientos que caracterizan nuestro tiempo; como una guía para inspirar, en el ámbito individual y colectivo, los comportamientos y opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza». Un instrumento elaborado, además, con el preciso objetivo de promover «un compromiso nuevo, capaz de responder a las exigencias de nuestro tiempo, adaptado a las necesidades y los recursos del hombre; pero sobre todo, el anhelo de valorar, en una nueva perspectiva, la vocación propia de los diversos carismas eclesiales con vistas a la evangelización de lo social, porque "todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular"»[2] (10).

 

El Compendio pone de relieve cómo la doctrina social está en el centro de la misión de la Iglesia, e ilustra, sobre todo en el capítulo II, el carácter eclesiológico de la doctrina social, es decir, su relación con la misión de la Iglesia, con la evangelización y con el anuncio de la salvación cristiana en las realidades temporales. La misión de servicio al mundo propia de la Iglesia, que consiste en ser signo de unidad de todo el género humano y sacramento de salvación, cuenta entre sus instrumentos, también con la doctrina social[3]. El hecho de que el Compendio ponga de relieve el lugar de la doctrina social en el interior mismo de la misión propia de la Iglesia, por un lado lleva a no considerar la doctrina social como algo agregado o colateral respecto a la vida cristiana; por el otro, ayuda a comprender cómo ella pertenece a un sujeto comunitario. El sujeto adecuado a la naturaleza de la doctrina social es, precisamente, toda la comunidad eclesial. La afirmación se encuentra en el n. 79 del Compendio: «La doctrina social es de la Iglesia porque la Iglesia es el sujeto que la elabora, la difunde y la enseña. No es prerrogativa de un componente del cuerpo eclesial, sino de la comunidad entera: es expresión del modo en que la Iglesia comprende a la sociedad y se confronta con sus estructuras y sus variaciones. Toda la comunidad eclesial ─ sacerdotes, religiosos y laicos ─ participa en la elaboración de la doctrina social, según la diversidad de tareas, carismas y ministerios».

 

La doctrina social: sabiduría y realismo

 Al leer el Compendio se puede captar fácilmente cómo la doctrina social de la Iglesia es esencialmente una mirada global a la realidad de la humanidad, considerada dentro del designio de amor de Dios sobre ella. En este sentido, la doctrina social es una mirada al todo, en virtud de la proyección de la luz del Evangelio en la realidad histórica. Precisamente por este motivo, la doctrina social no abarca todo. La Iglesia, con su enseñanza social, ilumina la economía y la política, pero no presenta programas económicos y políticos. Eso mismo sucede con el Compendio de la doctrina social de la Iglesia: no es un manual de recetas sociales; es, en cambio, la propuesta sintética de esa mirada al todo, expresión del amor de Dios a la humanidad. La doctrina social ilumina con la luz del Evangelio el mundo del hombre en su complejidad. El mundo del hombre es la realidad de la historia, el lugar donde la humanidad vive su vida terrena y camina en medio de muchas dificultades y algunos éxitos, impulsada por un deseo de justicia y de paz. La doctrina social considera todo esto, sin dividirlo en sectores y con un espíritu analítico, sin proponer respuestas concretas para cada cuestión. Deja ese trabajo a la responsabilidad de las personas, individualmente o asociadas. Más que todo, contempla al hombre con todas sus necesidades, materiales y espirituales, y se propone mostrar el sentido profundo de nuestra vida común, de nuestra lucha por la justicia, de nuestro sufrimiento por las tardanzas de la paz. La doctrina social es "una mirada" al destino del hombre dentro de la sociedad, a la luz del designio de Dios sobre la familia humana y de lo que nos dicen la razón y la experiencia acerca de quiénes somos y cómo debemos confrontarnos unos con otros para ser plenamente hombres.

 

            Esto no significa que la doctrina social sea abstracta o indiferente. Si el Compendio no examina en detalle los problemas individuales que se presentan en nuestra época, no quiere decir que se desinterese de ellos y prefiera quedarse en la teoría, sin ensuciarse las manos en la historia. Su mirada, en cambio, es una mirada "apasionada" a todo el hombre y a todos los hombres, sin excluir a nadie. Es una mirada amorosa, que se alimenta con la sabiduría pero también, y sobre todo, con la caridad. Es un "acercarse" a los hombres, procurando darles la capacidad de acompañarse mutuamente en los desafíos diarios, poniendo especial atención en los más débiles. Por esto la doctrina social es pensamiento, desde luego, pero para la acción: tiene necesidad de unas manos, de un compromiso, de personas que siembren el mensaje de justicia y de paz que ella propone, en la vida económica, social y política. La doctrina social tiene necesidad de cada uno de nosotros. Precisamente por ser una "mirada global", no puede ocuparse "de todo" y no puede dar recetas concretas. Todos nosotros, sobre todo los fieles laicos y las personas de buena voluntad, tenemos que asumir la responsabilidad de la justicia y de la paz. La doctrina social indica un amplio campo de compromiso diario, lo ilumina con la luz que procede de Dios y orienta nuestra acción con los grandes principios de su sabiduría social. Pero nosotros somos los que tenemos que entrar en ese campo, prepararlo, cultivarlo y cosechar en él.

 

Las necesidades concretas y los valores humanos

He afirmado que la doctrina social se ocupa del hombre en toda su complejidad. Esencialmente, esto significa que lo considera con sus múltiples necesidades concretas y, al mismo tiempo, con la riqueza de sus valores. La sabiduría realista de la enseñanza social de la Iglesia no separa nunca las necesidades de los valores, y viceversa, porque a ella ─a la Iglesia─ le interesa el hombre real y concreto, que tiene necesidad de esas dos cosas, al mismo tiempo: del pan y de la justicia, del trabajo y de la paz.

 

El que trabaja en la sociedad, por distintos conceptos, sabe por experiencia que toda iniciativa que tenga se refleja en las necesidades más concretas de los hombres. Sabe también que esa misma iniciativa corresponde o no corresponde a determinados valores. En el primer caso, se habla de la eficacia de esa acción. En el segundo, de su carácter ético. Ahora bien, no sólo es imposible sustraerse a esta doble valoración de nuestro actuar social, aunque tampoco hay que ceder ante la tentación de separar las dos dimensiones. No existe un actuar social neutro. Tras cada decisión económica u opción política, hay hombres concretos, ya sean ellos los protagonistas de la acción en cuestión, o los destinatarios. Las necesidades tienen un papel fundamental y, si son legítimas, merecen toda nuestra atención. Pero, tras cada elección, hay también valores que se afirman o se niegan. No es posible sustraernos a esta responsabilidad. Por eso toda opción económica es también una opción ética, en el bien y en el mal. Invertir en un lugar o en otro, valorizar u oprimir a los trabajadores, respetar las leyes fiscales o eludirlas, eliminar los aranceles de aduanas o aumentarlos: al elegir estas u otras opciones semejantes, toda persona responsable debe, al mismo tiempo, tener en cuenta que su acción debe satisfacer las necesidades del hombre y respetar los auténticos valores humanos. Para actuar "como hombres", debemos todos tener ante nuestros ojos, tanto las situaciones concretas, como la necesidad de respetar la dignidad humana.

 

Si no se tienen en cuenta las necesidades concretas, el llamamiento a respetar los valores es inútil y retórico. Sin la pasión por los valores morales, la eficiencia práctica pierde la orientación, se extravía y al final no logra ni siquiera resolver los problemas concretos. Lo que acabo de señalar puede valer para cualquier persona comprometida en la sociedad: un sindicalista, un empresario, un trabajador, un profesional. La doctrina social nos enseña que la solidaridad, a saber, los valores humanos que nos impulsan a actuar para el bien de todos, considerándolos como hermanos, deben estar acompañados por la eficiencia de nuestra acción; y que la eficiencia de nuestra acción no debe traducirse en un alto grado de eficiencia, olvidando los valores humanos que están en juego. Si los beneficios llegan a ser el único criterio de la acción económica, se cae en ese alto grado de eficiencia que olvida los valores. Si el valor de la solidaridad suprime el criterio del beneficio, termina olvidando el carácter concreto de las necesidades y se vuelve ineficaz y, por tanto, poco solidario. Como afirma el Compendio, la verdadera solidaridad no rechaza las leyes económicas, pero las leyes económicas, para ser verdaderamente tales, y no leyes de latrocinio, no pueden prescindir de la solidaridad.

 

La doctrina social contempla constantemente estas dos exigencias, sin separarlas. Y confía a los hombres comprometidos en la sociedad y en la política una tarea y un desafío: elaborar con el valor del pensamiento y con la generosidad de la acción nuevas formas en las que la solidaridad impulse la eficiencia, y la eficiencia haga concreta la solidaridad.

 

Los deberes y los derechos de la persona humana

Otro aspecto de la doctrina social, que expresa muy bien su sabiduría concreta y realista, se refiere a los derechos y deberes del hombre. En nuestro mundo actual, desafortunadamente, los derechos humanos, aunque han sido proclamados en tantos documentos importantes, no siempre son respetados. A los derechos de la "vieja generación", presentes también en las sociedades pasadas, se han agregado otros nuevos, fruto del desarrollo. En muchos países no se ha llegado a solucionar la exigencia de justicia para los derechos elementales, mientras en otros se reivindica la satisfacción de derechos sofisticados y de "nueva generación". En algunos lugares todavía no ha sido satisfecho el derecho al agua potable, mientras en otros lugares del planeta se reivindica el derecho a la "privacidad" de los datos personales.

 

Por lo que se refiere a los derechos humanos, la doctrina social asume también una mirada "según el todo": los ve como interdependientes y solidarios entre sí, aunque reconoce una primacía al derecho a la vida como base elemental de todos los demás derechos, y al derecho a la libertad religiosa, por ser el fundamento trascendente de los mismos derechos humanos y, por consiguiente, fuente de toda libertad lícita.

 

Creo, sin embargo, que el Compendio nos invita, hoy, a dar un paso hacia adelante en el campo de los derechos humanos. Un paso valiente, por ser contrario a muchas maneras de pensar actuales, muy difundidas. Este paso consiste en insistir en que los derechos deben ser precedidos por los deberes. Me parece que esto podría tener dos importantes consecuencias:

 

a) La primera consecuencia es que se desplaza la atención, de la reivindicación de los derechos, al compromiso. Asumir un deber significa comprometerse, responder a un llamamiento, hacerse cargo de una tarea. Nuestra misma vida, antes que ser una reivindicación de derechos, es la aceptación de una tarea hacia nosotros mismos y hacia los demás. Esto, porque todos nosotros somos un proyecto inconcluso, para cuya realización plena debemos trabajar todos. Desde luego, de esta tarea derivan también derechos, de los cuales se debe gozar para poderla realizar. Pero los derechos no son, por sí mismos, un fin; se justifican para la realización de una tarea social que se debe llevar a cabo. La solidaridad antecede a los derechos individuales y los fundamenta: éstos últimos no se deben considerar como bienes subjetivos de los cuales se goza en privado, sino como valoración de los talentos de los que se ha de disponer para realizar un proyecto común, asumido como un deber. La doctrina social nos recuerda, por ejemplo, que la propiedad privada tiene una hipoteca social. Nos dice también, y este es otro ejemplo, que los espacios de creatividad de las personas y de la sociedad civil, reivindicados en virtud del principio de subsidiariedad, se deben utilizar para la solidaridad y no para un uso egoísta. La misma libertad, que hoy se reivindica con insistencia, no es, por sí misma, un fin: sirve para comprometerse hacia el bien.

 

b) La segunda consecuencia es que, al anteponer los deberes a los derechos, se promueve la participación, de la que tanta necesidad tienen nuestras sociedades. Los derechos, por sí solos, vuelven a las personas pasivas; los deberes las movilizan. Estas palabras mías podrían parecer inoportunas, ante tantas situaciones presentes en el mundo, en las que ni siquiera se respetan los derechos más elementales. ¿Cómo pretender que acepten sus deberes aquellos que no ven respetados sus propios derechos? Yo respondería de la manera siguiente: si en tantas partes del mundo no se respetan los derechos humanos, esto es porque en otras parte del mundo no se asumen los deberes adecuados. Si en tantas capas de nuestra población los ciudadanos no gozan de derechos reales, esto es porque el sentido del deber no está arraigado en la sociedad y en los hombres que tienen responsabilidades en la sociedad. Si tantos hombres y mujeres no gozan de sus derechos, es un perjuicio para todos, ya que no se les da la posibilidad de asumir sus deberes y de dar, así, su aportación a toda la sociedad. Me parece que los que tienen puestos de responsabilidad en la sociedad, por distintos conceptos y en los diversos campos, deberían reflexionar para que su acción tenga en cuenta esta prioridad de los deberes respecto a los derechos. Todos deberíamos ser hombres y mujeres capaces de deberes, que abren espacios para aceptar los propios deberes y habilitan a los demás a que den todo lo que pueden dar. Según la doctrina social, así se trabaja para el bien común porque, todos juntos, trabajamos para la satisfacción de los derechos.

 

Indicaciones prácticas para la utilización del Compendio

El Compendio y su utilización deben corresponder a lo que he dicho hasta ahora. Con el Compendio no es posible establecer una relación extemporánea, sino continuada; ni una relación periférica, sino central; tampoco es posible establecer una relación solamente individual, sino comunitaria. Estas necesidades no derivan de exigencias extrínsecas, o de un exceso de consideración hacia el Compendio mismo. No es por amor al Compendio que digo esto, sino por la fidelidad que todos debemos al ser de la doctrina social de la Iglesia. Ella está en el centro ─aunque no es el centro─ y no en la periferia de la vida cristiana; ella es un hecho, no sólo personal, sino comunitario; ella nos pide una relación, no extemporánea, sino continuada.

 

De la profundización de estos tres elementos ─que ahora trataré de desarrollar brevemente, pero que dejo para su reflexión ulterior, vinculada también a su experiencia y competencias─, pueden surgir ricas y concretas indicaciones sobre la manera de utilizar el Compendio.

 

a)Un uso no extemporáneo, sino continuado. El Compendio, por su misma naturaleza, nos exige que tengamos presente todo el desarrollo de la doctrina social. Acercándonos a él, teniéndolo en nuestras manos, hojeándolo, se comprende que es el fruto de una historia. Sería un error considerarlo como una obra impersonal y compilatoria. Este documento nace de una lectura teológica de la vida de la Iglesia en el mundo y para el mundo. Por lo tanto, no puede sino remitirnos a una historia y proponerse como continuación de esa historia, como estímulo para proseguirla y actualizarla. Está al servicio de una presencia vital de nuestras comunidades cristianas en la historia de los hombres y, por lo tanto, nos estimula a pensar en su uso programado –meditado pastoralmente–, a largo plazo.

 

b) Un uso no periférico, sino central. La programación pastoral del uso del Compendio no puede prever momentos aislados, en secciones cerradas, itinerarios paralelos o sólo para los especialistas en la materia. Esta programación pastoral debe ser pensada en el contexto de la vida misma de la comunidad cristiana, es decir, en relación con la lectura de la Palabra de Dios, con la liturgia y la oración, con el desarrollo de una espiritualidad social cristiana auténtica. Debe pensarse también dentro de la programación pastoral para la maduración de una verdadera y propia cultura de inspiración cristiana. El uso del Compendio encontrará su correcta ubicación sólo dentro de este contexto global y sintético de la vida cristiana.

 

c)  Un uso no individual, sino comunitario. Distribuir el Compendio, hacer que los fieles tengan acceso a él, lograr que toda persona interesada por el bien de la comunidad lo posea y lo lea, es, desde luego una cosa muy buena. Pero no hay que olvidar que su destino principal es comunitario, y su uso debe prever momentos comunitarios de lectura, de confrontación y de discernimiento. Es preciso contar con experiencias continuadas de confrontación comunitaria sobre él y, si puedo permitirme otra anotación, experiencias continuadas de confrontación con este documento, que es la voz de la Iglesia, también en el compromiso social, económico y político. En la comunidad y en la historia: estos son los lugares principales para la lectura del Compendio y para la confrontación con él. Su luz resulta tanto más clara cuanto más se le interroga juntos y dentro de un proyecto de acción social, teniendo ante nosotros algo que realizar para el bien común, en presencia de rostros de personas concretas y cosas concretas que realizar. Es así como los laicos se sentirán implicados y, sobre todo, serán implicados «como laicos».

 

El Compendio está ahora en nuestras manos. Nos invita, por el hecho mismo de que existe, a reexaminar la referencia orgánica a toda la doctrina social. Desde luego, puede ser útil afrontar pastoralmente uno u otro problema emergente, incluso para proporcionar a las comunidades instrumentos de orientación y discernimiento. Pero la cosa verdaderamente decisiva es hacer avanzar la formación con toda la doctrina social de la Iglesia, de tal manera que se construya, en el tiempo, una capacidad de producción cultural, de presencia social y de compromiso político. Sin lugar a dudas, el Compendio invita a lo anterior y, en cierto modo, se vuelve instrumento de semejante proyecto.

 

Indicaciones finales

 Mi intención era presentar, a través del mensaje social del Compendio, la manera de recorrer el camino que nos indica la doctrina social con su sabiduría realista. Ella toma esta sabiduría ─permítanme, por lo menos al terminar estas palabras, una breve observación teológica─ de los misterios de la Encarnación, de la Cruz y de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. En ellos la Iglesia contempla al hombre concreto como camino propio, en la totalidad, igualmente concreta, de sus necesidades. Mi esperanza es que el Compendio de la doctrina social de la Iglesia pueda ayudarles a todos Ustedes a redescubrir esta dimensión. La salvación no es de este mundo; pero pasa a través de este mundo. Muchas gracias.


 

[1] Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio, 11: AAS 83 (1991) 260.

[2] Juan Pablo II, Christifideles laici, n. 15.

[3] Cf. Juan Pablo II, Carta Enc. Sollicitudo rei socialis, n. 41. De la íntima conexión entre doctrina social y misión de la Iglesia trata precisamente un paso de la «Centesimus annus». En el parágrafo 54 de la Encíclica, Juan Pablo II afirmaba que «la doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización: en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo. Solamente bajo esta perspectiva se ocupa de lo demás». A la doctrina social interesa el proyecto de Dios sobre el hombre: si se interesa por el trabajo, la economía, la política, la paz, lo hace desde el punto de vista del anuncio cristiano de la salvación.