En Cuba el obsequio a los hermanos Castro, el silencio sobre las víctimas
del régimen y el rechazo a reunirse con los opositores. En los Estados Unidos la
exaltación de la libertad contra las "formas modernas de tiranía". El grito de
dolor de un exiliado cubano
por Sandro Magister
ROMA, 1 de octubre de 2015 – A distancia de pocos días y filtrados los residuos
emotivos, el viaje del Papa Francisco a Cuba y a los Estados Unidos está
revelando sus connotaciones reales, que son a la vez políticas y de Iglesia.
Como político, Jorge Mario Bergoglio ha confirmado ser hábil, pragmático, a
veces despiadado. Se ofrece al mundo como el abogado de los pobres, de los
oprimidos, de los "descartados" y lo dice con gestos más que con palabras. Va al
comedor de Caritas, se reúne con los sin techo, visita una escuela para
necesitados, se mezcla con los emigrantes y clandestinos, entra en una cárcel.
Ocho de estos contactos directos estaban en el programa oficial del viaje y
otros han sido añadidos por él.
Pero, ¡atención!, todos ellos solo en los Estados Unidos. Ni uno en Cuba.
Allí ni una sola palabra sobre los miles de cubanos que el mar ha engullido
mientras huían de la tiranía. Ninguna petición de excarcelación de los
prisioneros políticos. Ninguna caricia para sus madres, esposas, hermanas;
decenas de ellas fueron arrestadas para que no pudieran asistir a la misa del
Papa.
Apremiado por los periodistas del avión en el vuelo hacia Washington, Francisco
dijo que no, que no había ningún encuentro programado con los disidentes y que
él se había atenido al programa.
Y sin embargo, no era algo impensable a priori. Pocas semanas antes el régimen
cubano había permitido al secretario de Estado americano John Kerry, de visita
en Cuba para volver a abrir la embajada, reunirse con una treintena de
disidentes.
Uno de estos, el más competente, católico, ha tenido que atrincherarse tras el
anonimato para escribir su doloroso comentario a la visita del Papa en la
agencia misionera "Asia News". En 1998, cuando Juan Pablo II visitó Cuba, se le
permitió incluso subir al altar para llevar las ofrendas durante la misa en la
Plaza de la Revolución mientras se alzaba, con rítmica potencia, el grito:
"¡Libertad!" y el Papa repetía 13 veces esta palabra en la homilía.
Esta vez, nada de todo esto ha sucedido. La policía castrista ha fichado y
controlado a todo el que accedía a la misa de Francisco, tanto en La Habana como
en las otras ciudades, además de mezclar entre la gente pelotones de vigilantes
inscritos al partido.
En los nueve discursos pronunciados en Cuba, Bergoglio ha pronunciado la palabra
"libertad" una sola vez, pidiéndola para la Iglesia de la isla junto a "todos
los medios necesarios". Ha rendido público homenaje a los hermanos Castro más de
una vez y ha sido él mismo quien ha hecho un resumen, entre lo amistoso y
lo admirado, de su coloquio privado con Fidel.
Ante el asombro general, el Papa ha dedicado las palabras políticamente más
concretas y centradas en su objetivo a Colombia y no a Cuba, a saber: a las
negociaciones secretas que se estaban llevando a cabo entre el gobierno de
Bogotá y los jefes de la guerrilla precisamente durante esos días en La Habana,
con Raúl Castro como huésped y conciliador.
Y la buena noticia, la del acuerdo alcanzado tras setenta años de masacres y
medio millón de víctimas, ha llegado cuando el Papa estaba en los Estados
Unidos, en la vigilia de su discurso a las Naciones Unidas. Acuerdo que
rápidamente todos han acredito a Francisco como mérito suyo y a la jugada
"decisiva" de ese inesperado llamamiento lanzado en La Habana.
Al calculado silencio sobre la libertad en Cuba ha hecho de contrapunto la
locuaz exaltación de la misma hecha por Bergoglio en los Estados Unidos.
El verdadero discurso en clave política de este viaje a las Américas no ha sido,
de hecho, el que ha dirigido al Congreso, ni el que ha pronunciado desde la
tribuna de la ONU, ambos hechos a medida para ser bien acogidos por todos y no
enemistarse con nadie; ha sido el pronunciado en Filadelfia, en el lugar, ha
dicho, donde "la declaración de independencia afirmó que todos los hombres y
todas las mujeres son creados iguales, que están dotados por su Creador de
algunos derechos inalienables y que los gobiernos existen para proteger y
defender dichos derechos".
Estos son la vida, la libertad, la búsqueda de la felicidad y, por lo tanto, ha
añadido, "nuestra irreducible libertad frente a toda pretensión de cualquier
poder absoluto" y a todas esas "formas modernas de tiranía que quieren suprimir
la libertad religiosa o intentan reducirla a una subcultura sin derecho de
expresión en la esfera pública".
Lástima que en Cuba estas palabras hayan sido ocultadas.
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Esta nota ha sido publicada en "L'Espresso" n. 40 del 2015, en los kioscos a partir del 2 de octubre, en la página de opinión titulada "Settimo cielo" confiada a Sandro Magister.