Por Hugo J. Byrne
La pregunta que utilizo como título de este trabajo no es sólo una falsedad marxista y una proposición deshonesta, sino también, aunque no se pregone ostensiblemente, el mensaje tras la artificial lucha de clases en que ha devenido una vez más la campaña presidencial norteamericana. ¿Qué fuerzas están promoviendo esa noción absurda?
A principios de la pasada década, el célebre economista e ideólogo del colectivismo (una total contradicción en términos) John Kenneth Galbraith, sugirió que el Partido Demócrata de los Estados Unidos debía asumir abiertamente la doctrina económica socialista. Galbraith fue también un notable partidario de la administración de John F. Kennedy y la sirvió como su embajador en la India entre 1961 y 1963.
El Partido Demócrata, cuyos cuadros directivos siempre han contado con políticos sofisticados, rechazó tal consejo. Los demócratas no deseaban que se les relacionara públicamente con el colectivismo, ya fuera la versión revolucionaria de Carl Marx, o incluso la más sutil de presupuestos deficitarios como la de John Maynard Keynes (quien, sin embargo, influenciara considerablemente la implementación del “New Deal” de Franklin Roosevelt). La inmensa mayoría de los votantes norteamericanos siempre ha rechazado la idea del estado gastando más de lo que ingresa.
No obstante, la contínua expansión arbitraria e inconstitucional de las prerrogativas del estado y los imperativos económicos derivados primero de la “guerra fría”, la más caliente de Vietnam y más tarde de la amenaza terrorista, llevaron a ambos partidos a la aceptación de presupuestos deficitarios. La única variante temporal a esta nefasta tendencia desde el último cuarto del siglo pasado, ocurrió después de que el Partido Republicano bajo la lideratura de Newt Gingrich obtuviera una mayoría congresional en 1994.
Hombre de enorme capacidad intelectual, aunque demasiado honesto como político, Gingrich quemó sus naves confrontando inopinada e inútilmente al poder ejecutivo. En consecuencia, perdió su posición de líder congresional y eventualmente decidió retirarse de la Cámara. Por su parte el elocuente, deshonesto y carismático Presidente Clinton, quien fuera arrastrado por ese Congreso llorando y pataleando hasta los presupuestos balanceados, más tarde tomó cínicamente crédito por ellos y permanece como uno de los políticos más populares de Estados Unidos en nuestros días.
Si bien es cierto que hasta hoy el Partido Demócrata todavía rechaza la etiqueta de socialista, es indiscutible que la política que abiertamente preconiza es esencialmente de ese color, tanto en el plano doméstico como en su proyección internacional. Esto puede certificarse con la explotación electoral de la cantidad de propiedades inmuebles que posee el candidato presidencial republicano, Senador John McCain. ¿Desde cuándo es delito tener más de una vivienda en Estados Unidos o en cualquier otro país libre?
El Partido Demócrata utiliza a la perfección los mecanismos del conflicto de clases, pero sin admitirlo. Sin reconocer honestamente lo que realmente se trae entre manos, denuncia al Senador McCain como a un individuo diferente al “norteamericano común”. ¿Por qué? Por poseer 7 viviendas. Sería adecuado preguntar cuántas posee el Senador Kerry, su antiguo compañero de la campaña del 2004, Senador Edwards, o mejor, el multimillonario George Soros, el más acaudalado y eminente patrocinador de la izquierda radical demócrata, quien parece ahora tener a todo el Partido en el bolsillo.
La riqueza no es un delito a menos que se obtenga por medios ilegales y no es una vergüenza a menos que se adquiera de manera no ética. El candidato presidencial demócrata obtuvo su casa mediante una transacción de privilegio, facilitada a través de los oficios de un felón. En mi criterio, eso sí es vergonzoso.
Sin embargo, sí acepto su aseveración de que el Senador John McCain no es un hombre común. El Senador Biden, aspirante demócrata a la vicepresidencia, precisamente tratando de poner en tela de juicio el carácter de “su amigo”, antiguo prisionero de los comunistas en Hanoi, dijo en su discurso de aceptación a la candidatura vicepresidencial demócrata que lo más importante en la vida no eran los obtáculos del camino, sino las decisiones que se tomaban durante la jornada. También concurro con eso.
Desde que por una broma estúpida durante mi niñez pasé unos pocos minutos angustiosos encerrado en una bartolina del Castillo de San Severino en Matanzas, padezco de claustrofobia y aún evito usar un elevador al estar solo, a menos que sea pura necesidad. Eso hizo que durante los meses inseguros que estuve involucrado en actividades clandestinas contra Castro dentro de Cuba, siempre estuviera listo a perder la vida antes que ser arrestado (armado mental y físicamente). En una celda me hubiera vuelto loco en cinco minutos. Todavía quedan vivos algunos quienes pueden dar fe de ello.
Por eso, cuando pienso que John McCain rehusó partir hacia la libertad desde una minúscula celda pútrida, en la que bien pudo haber muerto, por mantener sus convicciones de hombre libre y su lealtad hacia su patria, confirmo que no se trata de un hombre común. En mi criterio ni siquiera hace falta agregar que además de eso fue brutalmente torturado de manera cotidiana, al extremo de limitar el movimiento de sus brazos para el resto de su vida.
Aquel que nunca ha confrontado obstáculos semejantes, como el Senador Biden, o su colega Obama, tiene que ser eminentemente desvergonzado para acusar a McCain de no tomar decisiones correctas en la jornada de la vida, o de no “conectarse” con la clase media.
La clase media Senador Biden, no es una casta, sino un estrato económico contínuamente en movimiento, el que solamente existe y es producto legítimo e inequívoco del sistema capitalista y la libre empresa. A la clase media no se “pertenece”. Es un “limbo” intermedio, a través del cual se asciende a la abundancia o se regresa a la pobreza.
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