Publicado el viernes 14 de marzo del 2008 en El Miami Herald por JOSE CONRADO RODRIGUEZ Párroco de Sta. Teresita de Jesús, Santiago de Cuba. La reciente visita del cardenal Tarsicio Bertone a Cuba ha hecho correr ríos de tinta, sobre todo en Miami. Es natural, porque en ninguna parte del mundo interesan más los problemas de Cuba y de su Iglesia que en la otra orilla de ese mar que al mismo tiempo nos une y nos separa. En ningún otro lugar las lupas y los microscopios están tan preparados para ver, leer entre líneas, suponer, ver más allá de las palabras o inventar. Como decía el personaje de la radio, especie de popular Sócrates criollo: ``Yo sólo sé que lo sé todo y lo que no, me lo imagino''. Encuentro que esa visita tuvo dos contextos o momentos diferentes: ''el marco de Occidente'' y ''el marco Centro-Oriental''. Evidentemente, con el primero me refiero a la misa de la Plaza de la Catedral, de las visitas y encuentros más publicitados en la prensa nacional y extranjera y el marco natural de las declaraciones oficiales y ''finales'' y de los encuentros con las autoridades. La otra característica es el carácter más espontáneo y popular del segundo marco. Y por supuesto su ''marcado'' carácter pastoral. Nuestros hermanos del exilio se sorprendieron al descubrir esta ''segunda parte'', menos publicitada, de la visita. Y sin embargo, tengo para mí que ésta fue la parte más novedosa y emocionante del viaje. El encuentro con el pueblo, con su color y su entusiasmo, con su fervor y su calor. Y en este sentido, el viaje del secretario de Estado papal ha sido como la segunda parte del memorable e histórico viaje de Juan Pablo II, con su calor humano y su fervor divino. Por supuesto, sin restarle al peso que podría tener y de hecho tuvo ''el marco Occidental'': en especial el encuentro con las autoridades. No puse ''nuevas'', porque casi todas ya lo eran, antes del relevo de primera línea. Por las referencias que he tenido puedo decir que el encuentro del Cardenal con el general Raúl Castro, nuevo presidente del país, y el intercambio de los obispos con los restantes dirigentes ha sido el más franco, abierto y profundo de cuantos ha habido a esos niveles. Algunos obispos con los que he podido hablar notan aires nuevos, una nueva actitud, y eso debemos aceptarlo como bueno. Quizá alguno me acuse de ingenuo pero prefiero pecar de ingenuo y dejar abierta una puerta a la esperanza, que es dejarla abierta al cambio deseado y necesario. Nunca podremos lograrlo sin un poco de fe en lo bueno que el otro, incluso si fuera mi adversario, tiene en su corazón. Con todo, como lo que sí no soy es bobo, tengo que añadir que la televisada entrevista de prensa del Cardenal no fue enteramente feliz. Fue osado que hablara en un español que no domina, lo que lo hizo parecer titubeante, poco preciso y en ocasiones poco preparado, a pesar de que los periodistas autorizados a preguntar fueron bastante ''moderados'' al cuestionar, por decirlo de alguna manera. El que la Iglesia propicie canales de comunicación y vías de encuentro entre los seres humanos, católicos con no católicos, autoridades con autoridades, y más si metemos entre autoridad y autoridad al pueblo (para quien aquellas existen y en quien encuentran su realización, sirviéndolo) es algo, en sí mismo, bueno. A nosotros como católicos nos debiera resultar más claro, porque esto viene del evangelio mismo. La historia reciente de Cuba ha sido un cúmulo de desencuentros, divisiones, separaciones y exclusiones sin cuento ni cuenta. Excluir es quitar de la existencia, el derecho y la razón al otro: por enemigo, traidor, equivocado o hereje. Llega el tiempo en que tenemos que ponernos en camino para superar todas las exclusiones. Tenemos que comenzar ese nuevo capítulo de esta historia centenaria que tenga como propósito la inclusión. Excluir la exclusión significa acoger la inclusión, acoger al diferente: persona, proyecto, grupo, tendencia. Es revertir la ''triste historia'' de que hablara nuestro primer maestro y sacerdote, el santiaguero Miguel de Velásquez, porque triste es la tierra en que se hace esa historia ''como tiranizada y de señorío''. Es la historia de la fraternidad recobrada, que es decir de la patria refundada en el amor. Soy un soñador irredento, porque creo ''en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud, en la vida futura'' y en los demás, hijos, hermanos o amigos, con los que quisiera hacer esa patria tan dulcemente soñada por Martí ''con todos y para el bien de todos''. Sí, la palabra nueva es participación, que nos devuelva la esperanza; es verdad, que nos exorcise del demonio de la mentira, de la verdad a medias, o sin amor, del enfoque unilateral y perniciosamente egoísta, de clase, raza, secta o familia; es libertad, que nos haga luchar por el bien de los demás, sin sustituirlos, sin quitarles ese protagonismo que nos permite luchar no sólo por los demás, sino con los demás; es paz, que nos impulse a dejar a un lado el camino de la violencia, que puede lograr vencer, pero jamás convencer, como intuyó tan certeramente don Miguel de Unamuno. Las grandes obras suelen comenzar de forma pequeña: Jesús y sus doce apóstoles, Francisco y su puñado de frailes desarrapados, Gandhi y su soledad en la fría estación a que lo lanzó la ''rectitud'' de un ferromozo fanático, Rosa Parks y su tozuda convicción de que no debía ceder más ante la injusticia nos hablan de pequeñez, de poca cosa. Quizá ha llegado la hora de los ''poca cosa'': ni muy sabios, ni muy listos, ni muy poderosos. Que aprendieron a decir ''ya'' para caminar con otro ritmo y por otros caminos.