LA CERCA
La Vanguardia
España
Por Fernando García
La Habana
Corresponsal
I
Un empresario europeo se
instala en La Habana con toda la ilusión y las expectativas del mundo, como
tantos. Busca vivienda. Su estatus de "técnico extranjero" le impide comprar o
construir una casa, así como arrendarla a un particular. Tiene que negociar un
alquiler con la empresa pública correspondiente: la corporación Cubalse. No le
dan mucho donde elegir, pero a los tres meses le ofrecen un bonito chalet en
el privilegiado barrio de Miramar. Después de un primer vistazo algo engañoso,
pronto se percata de que el inmueble pide a gritos importantes mejoras que
acaban significando una reforma integral. El proceso le llevará dieciséis
meses inenarrables: como la típica obra larga y problemática en España, sólo
que muchísimo más larga y problemática. Culpa del bloqueo, claro.
Pasado lo peor, el recién
llegado decide instalar una cerca que proteja y tape su amplio jardín. Su
interlocutor en la empresa estatal le dice que no, que imposible; que las cerc
as están "perdidas", expresión algo oscura que podría traducirse como
"agotadas por razones difíciles de explicar". El empresario vuelve a casa
completamente abatido y le comenta el problema al encargado de la obra. Y hete
aquí que éste tiene la solución. "No hay ningún tipo de problema, señor. Yo le
resuelvo la cerca y se la instalo en un par de días". ¿Precio? "Ciento
cincuenta fulas por todo, señor". Es decir, 150 pesos convertibles, unos 120
euros, incluyendo material y mano de obra. "¿Ciento cincuenta?", pregunta el
cliente con sorpresa. "Bueno, también le instalo una puerta y le pinto la
cerca", ofrece el encargado frunciendo el ceño como si creyera que el cliente
le ha salido rana. "No, no, si me parece muy bien. Y si me la pinta, tanto
mejor", aclara el extranjero. "Pero me parece muy barato. Vamos, que por ese
precio la cerca tiene que ser robada, ¿verdad?" "¿¡¡Robaaada!!?", grita el
operario ¡No, hombre no, señor, eso sí que no, por favor. Ro-ba-da es una mala
palabra", se indigna. Pero en poco minutos se calma y explica con paciencia:
"Mire, aquí nadie ha robado naaada… Porque a ver, señor ¿De quién es esta
casa?" El otro espera. "Del Gobierno, ¿verdad?", sigue el encargado. "¿Y de
quién es la cerca? Del Gobierno, ¿no?", continúa él solo. "Y usted no se va a
llevar la cerca de su país cuando se vire a su país, ¿verdad?", termina el
razonamiento. "Pues no, claro que no", responde el empresario. "¡Pues
entooonces! ¡Aquí nadie ha robado nada, hombre! Aquí lo único que hay es un
desplazamiento de materiales, señor ¿Me copia?" Y asunto zanjado.
La historia no sólo es
verídica sino que, en sus infinitas variantes, sucede a diario en la isla. No
sólo con los extranjeros y no únicamente en la vivienda, sino en casi todos
los ámbitos, incluida la alimentación. Como en cualquier país, en Cuba los
negocios informales van desde los pequeños chanchullos hasta los grandes
pelotazos; involucran tanto a ciudadanos de a pie en busca de soluciones de
supervivencia, como a pequeñas mafias del business más o menos profesional,
como –según se descubre de cuando en cuando- a redes de corrupción dentro de
órganos administrativos. La particularidad es que por aquí, al menos en La
Habana, se diría que todo el mundo está en la resolvedera de un modo u otro.
La profunda crisis, las ineficiencias y carencias productivas, la falta de
estímulos salariales y los problemas aparejados a la doble moneda alimentan de
manera exagerada el mercado negro y el robo. Perdón, el "desplazamiento de
mercancías".
El asunto se trató en un
reciente debate sobre "Las claves de la corrupción" celebrado hace algunas
semanas dentro de los encuentros que la revista Temas organiza cada mes, en
abierto, en un céntrico local de La Habana. Allí se dijo casi de todo sobre la
cuestión. Entre las intervenciones iniciales destacó la del especialista en
mercadotecnia de la gran corporación estatal Cimex, el economista y sociólogo
Ángel Hernández. El conferenciante dijo que en la isla existen, o al menos él
tiene contabilizadas, "treinta y cinco formas distintas de ofrecer productos":
en moneda nacional, en moneda convertible o incluso en una y otra; a través de
la libreta de abastecimiento o en los diversos mercados, puestos callejeros,
almacenes, tiendas y tiendecillas; por lo legal o en el mercado subterráneo o
de compraventa por la izquierda. "¿Es esto corrupción?", se preguntó
Hernández. Aunque no lo respondió categóricamente, él consideró que los
negocios informales están tan extendidos "que no los vemos".
Dentro del turno del
público que siguió a la intervención del mercadotécnico, un joven escritor
conocido como Yoss proclamó: "Aquí todos somos corruptos". Y culpó de ello a
la "ineficacia del sistema". Tanto él como el sociólogo Ovidio D"Angelo
rescataron el viejo concepto de "justa compensación" para explicar el proceso
mental que estaría detrás del relajo aparejado necesariamente a los constantes
desvíos de recursos. Perdón, desplazamientos de mercancías. La idea sería:
"Como el Estado no me da20lo suficiente, pues voy yo y lo tomo".
D"Angelo y otros
intervinientes achacaron esta disfunción al carácter ilícito, dentro del
sistema cubano, de fórmulas de búsqueda de la ganancia personal que sí son
lícitas en el mundo capitalista. En este sentido, el también sociólogo Aurelio
Alonso criticó la "falta de apoyo (oficial) al cuentapropista (autónomo) y al
agricultor privado".
Otro interviniente, Orestes
Rodríguez Hernández, destacó tres factores que favorecen la corrupción en la
isla. Primero, el que "los derechos se cambien por los permisos y éstos sean
administrados por unos señores determinados", a veces de manera muy
discrecional. Segundo factor, la "falta de definición legal de los propios
derechos que sí se reconocen y de las garantías que debe proteger los mismos".
Y tercero, la duplicidad de precios creada por el pernicioso sistema de doble
moneda. Sobre esto último, Rodríguez puso un ejemplo bien concreto: un
ladrillo que una empresa del Estado ofrece en moneda nacional por el
equivalente a cinco centavos de dólar se vende por un valor veinte veces
superior (un dólar) en algunos rincones de La Habana Vieja. "Así –dijo-,
corromperse no cuesta nada". En cuanto al escamoteo de ciertos derechos -el
primer factor citado-, Rodríguez subrayó cómo el reciente reconocimiento de
alg unos tan simples o elementales como los de usar un teléfono móvil,
alojarse en un hotel internacional o poder comprar DVD "han reducido una buena
cantidad de corruptelas".
Como se ve, en el coloquio
se habló de distintos tipos de cercas. Y no sólo de las que viajan sin permiso
desde un almacén estatal hasta una casa particular. El periodista cubano Félix
Guerra se animó a tocar con toda franqueza el asunto de la libertad de
expresión. "Lo que está corrupto en Cuba es la prensa", espetó. "Mi casa
siempre está en paz… hasta que ponemos el noticiero. Porque las noticias que
en ahí se cuentan –opinó- no tienen nada que ver con la realidad. Y lo mismo
ocurre con los diarios. El ciudadano puede pensar: "Si la prensa miente, ¿por
qué yo no?"". Guerra aseguró que la censura oficial le había echado atrás
"montones de artículos" para después proponerle que los convirtiera en
informes. "Yo siempre repliqué: "Soy periodista, no informante"", recordó.
Que nadie se engañe. Ni
Guerra ni ninguno de los asistentes al debate de Temas formuló éstas y otras
críticas a título de lo que se conoce como "disidentes". Casi todos
proclamaron de manera expresa o implícita su adhesión al socialismo; incluso a
un socialismo más genuino del practicado por su país, supuestam ente uno de
los más socialistas del mundo. Ése fue el caso del ex diplomático y reconocido
comunista Pedro Campos, que también habló para defender una mayor y mejor
"apropiación social" de lo que se produce. Porque, a su juicio, uno de los
problemas actuales de la revolución es que en ella se han consagrado "las
mismas relaciones de producción que en el mundo capitalista, salvo en el caso
de algunas cooperativas". Unas relaciones injustas en las que la maquinaria
estatal frustra a los ciudadanos con su excesivo control de casi todo, según
Campos y otros muchos críticos desde dentro. En Cuba hay demasiadas cercas;
hasta Raúl Castro lo ha reconocido. El problema está en cuáles se mueven y
cuáles no.