El cierre de
la revista “Vitral”
Por
Jorge R Porta
El cierre
de la revista Vitral representa otro “sumidero” de la
historia de la Iglesia Católica en Cuba que, como el río
Cuyaguateje, a veces se hace admirar y a veces se hunde,
envuelto en brumas y aguas lodosas, en la tierra de Vuelta
Abajo. Sin duda esta acción de la jerarquía constituye un
acontecimiento importante porque Vitral, en un país “preso”
entre sus costas, se hizo a sí misma espacio de libertad
propia y ajena, a base de opinar y hacer lo que muchos
quisieran hacer, pero tan pocos tienen el coraje de hacerlo.
Esta decisión del Obispo Jorge Serpa pudiera borrar
definitivamente del mapa de Cuba dos probados espacios de
libertad, y silenciar una voz valiente, actualmente la
única de su clase. En efecto la voz gráfica de Vitral ha
constituido un legítimo testimonio de libertad y una
invitación a la libre participación pluralista, incluso de
sus contrarios, hasta hace una semana.
Aunque los objetivos de Vitral y del Centro de Formación
Cívica y Religiosa de la Diócesis de Pinar del Río
(“Centro” en lo sucesivo,) inicialmente pareciesen
ingenuos o más bien inalcanzables, la realidad nos ha
sorprendido a muchos porque, a pesar de la hostilidad
gubernamental y hasta de parte del clero de dentro y de
fuera de la diócesis que ha tenido que sufrir, la
proporción en la que dichos objetivos estaban siendo
alcanzados no se puede negar.
El Centro y Vitral han sido los frutos de muchas horas
de esfuerzo laborioso, controversial y paciente de un
generoso grupo de seglares, a lo largo de más de una
década. Aunque tal ejemplo de fuerza moral, de
dedicación a la propia liberación y de coraje al
servicio fiel de la Iglesia diocesana no le hayan
merecido al Obispo Serpa las penas de una explicación
pública abierta, amplia, esclarecedora de todas las
dudas, suficiente para salvaguardar la confianza en él
de todos los pinareños, nada podrá impedir que Vitral
y el Centro puedan pasar al futuro como monumentos
morales al tesón, la esperanza, la verticalidad, y la
catolicidad cubana, de las muchas personas que le
aportaron trabajo manual, ideas, sufrimientos y tiempo
a lo largo de los últimos 13 años.
Los múltiples e importantes reconocimientos
internacionales, la acogida dada a Vitral y el uso
que tantas personas han hecho de los servicios
ofrecidos por el Centro a quienes los solicitasen,
demuestran fehacientemente no solamente la necesidad
pastoral de Vitral y el Centro sino justifican
ampliamente su permanencia entre las necesidades
pastorales de la diócesis aunque fuese difícil
conseguir los necesarios papel y tinta. No importa
que el gobierno aduzca que provee “servicios”
similares, los de la diócesis recibían la validación
del pueblo, católico o no.
Me cuesta comprender por que el Obispo Serpa no
ofreció, con antelación, de viva voce, quizás en
la Misa Mayor de la Catedral, una explicación a
tantos seglares que han demostrado una fidelidad
tan incuestionable a la Iglesia local. Y si eso no
le era posible, entonces no debió rendirse a
cerrar a Vitral y al Centro.
Tampoco me convence, aunque quien la ha ofrecido
me merezca sincero cariño y un altísimo respeto,
la explicación de que quien llegue nuevo a un
lugar haga cambios fundamentales simplemente
porque “crea que este piano de la esquina deba
estar un poco más para acá”.[1] Y que conste, no
soy uno de los que gustan de tergiversar las
cosas de la Iglesia. Sé que sea un proceder
simplemente “humano,” pero no comprendo que el
Centro o Vitral puedan ser para alguien
pragmático y razonable una prioridad tan alta
hasta hoy y al día siguiente puedan ser
trivializados comparándoseles con un mueble.
La dolorosa experiencia reciente en los USA
demuestra que cuando los líderes de la Iglesia
se equivocan, en este caso el Obispo Serpa,
sea mucho mejor que cuanto antes lo reconozca,
al modo de San Pablo, con humildad, sencillez
y franqueza. Siempre ha sido penoso a pesar de
la aparente exaltación que lo implique, pero
ser obispo se paga tarde o temprano, al decir
de otro obispo de Pinar del Río, Mons. Manuel
Rodríguez Rozas con las heridas de “la corona
de espinas que se esconde en la mitra” que en
Cuba es corona doblemente penosa y pesada.”
Hubiese bastado con confesar al pueblo que no
podía decirle mucho más y haber mostrado, si
lo sentía, sincero pesar al decirlo. El pueblo
hubiese entendido. Después de todo, la mayoría
de la Iglesia Católica en Cuba sigue siendo, a
pesar de las procesiones y de las “revistas,”
una Iglesia sumida en el silencio.
Este sorpresivo cierre de Vitral y del
Centro, ha ocurrido justo cuando salen a la
luz las exageradas declaraciones recientes
del obispo auxiliar de La Habana, Juan de
Dios Hernández, sobre el mejoramiento de las
relaciones eclesiásticas con el gobierno. La
coincidencia en el tiempo de las
declaraciones y el cierre de la escuelita,
de Vitral y del Centro, hace a la decisión
del obispo pinareño por lo menos imprudente,
echa dudas sobre su naturaleza, cuestiona su
legitimidad y su autenticidad, y recrudece
el sentimiento general de desconfianza con
respecto a la sinceridad de la jerarquía
cubana. Recuérdese que el clero católico, en
general, siempre ha recibido un trato
privilegiado en comparación con el pueblo.
Algunos demagogos de Miami, no han
vacilado en acusar a la jerarquía católica
de complicidad o colaboracionismo,
ignorando el hecho de que la misma
jerarquía católica mantuvo a Vitral y al
Centro funcionando hasta ahora. No
obstante algunas preguntas que han
planteado son muy válidas. ¿Por qué la
decisión de eliminar a Vitral y al Centro
tan festinada e inoportunamente? ¿Por qué
no permitir al menos al Centro? Si las
razones del Obispo han sido válidas,
razonables y legítimas ¿por qué no
explicarlas abierta, ampliamente? ¿Acaso
la decisión del Obispo Serpa, como le
acusan algunos, ha representado el pago
exigido a cambio de la “mejoría” (nadie
sabe cuan duradera) aludida por el obispo
auxiliar de La Habana, Juan de Dios
Hernández? ¿Quién en su sano juicio podrá
creer a estas alturas en la buena fe del
gobierno castrista?
Vitral no ha sido clausurada por falta
de dinero, como otros han afirmado en la
televisión de Miami. El obispado de
Pinar del Río siempre obtuvo y proveyó,
aunque con gran trabajo, los medios
necesarios, incluyendo equipos y local.
Por su intermedio la revista recibía
donaciones voluntarias desde dentro y
fuera de Cuba en la forma de
contribuciones personales y de premios y
reconocimientos institucionales.
Un líder católicos de Miami ha
afirmado que la jerarquía cubana no
puede hacer nada “porque no tiene
libertad” para hacerlo. Eso es falso
porque lo ha hecho muchísimas veces y,
particularmente el Obispo José Siro
González lo hizo y al hacerlo se hizo
su propia libertad, aunque no deje de
ser cierto que seguramente pagó con
creces por ello con su sufrimiento.
Esta decisión del nuevo obispo de
Pinar del Río, Jorge Serpa,
representa un cambio radical de
actitud en la diócesis. Es una
decisión ciertamente tomada en
ejercicio legítimo de su autoridad,
pero equivocada en cuanto al modo de
hacerlo porque no ha debido ocultar
las razones de la misma, ni permitir
que se manipulase la realidad
aduciendo solamente razones de tipo
“material.” La Iglesia jerárquica
siempre ha estado libre de los
rigores del absurdo embargo
americano y dispone de recursos y
privilegios, en algunos casos,
comparativos a los de los
diplomáticos y eso siempre ha
causado desconfianza y malestar.
Algunos se han atrevido a atribuir
la clausura de Vitral y del Centro
al “plan” de Dios. ¡Qué insulto a
la inteligencia y a la fe! Como
pensaba Santa Teresa, Dios no se
muda y sostuvo por 13 años al
trabajo esclarecedor de Vitral y a
la generosa prestación de
servicios del Centro. ¡Los que nos
“mudamos” somos los humanos y por
las causas más peregrinas!
En cuanto a la Santa Sede, ésta
no tiene el derecho de
interferir políticamente en
Cuba, ni siquiera en favor de
los católicos. Así provee la
cláusula de no intervención de
los concordatos que la Santa
Sede firma con los gobiernos.
Por otra parte ésta, por razones
de su propia naturaleza, y a
pesar de las históricas
inconsistencias en otras áreas,
no deja de favorecer sin motivo
poderoso cualquier búsqueda
auténtica de caminos de libertad
y progreso, como es el caso de
Vitral y el Centro. Si dejase de
hacerlo traicionaría
imperdonablemente al Evangelio
que trata de predicar. Después
de todo no hay otra idea más
cristiana que la de la libertad
personal que San Pablo llamó
como la “de los hijos de Dios.”
Además, la Secretaría de Estado
apoyaba a Vitral y al Centro y
sostuvo la participación de
Dagoberto Valdés Hernández en el
Pontificio Consejo de Justicia y
Paz hasta ahora. ¿Qué cosa pudo
haber cambiado para que de
repente tal apoyo cesase?
¿Sabremos alguna vez por qué
ninguna otra diócesis cubana
mantuvo hasta ahora una
publicación como Vitral o un
lugar como el Centro y la causa
de la inconsistencia de la
Secretaría de Estado de la Santa
Sede en ese sentido? Lo que
sabemos es que un solo obispo
católico se mantuvo sin
claudicar y fue el ahora Obispo
Emérito de Pinar del Río y que
la Secretaría de estado se lo
permitió.
Las iglesias evangélicas
siempre estuvieron abiertas a
la realidad política de la
Cuba actual y en muchos casos
la apoyaron. Quizás como
Fausto pactasen, por
cansancio, con Mefistófeles.
El hecho es que, de alguna
manera, se aislaron para
pactar y eso no les pareció
impropio.
De las otras “instituciones
civiles” legales en la Isla
de Cuba, no todas intentaron
desarrollar proyectos
formativos similares a
Vitral y al Centro. Ni los
masones, ni la iglesia
ortodoxa, ni los santeros.
No puede ser que no tuviesen
los recursos humanos o la
clarividencia para reconocer
la necesidad, aunque tampoco
tuviesen un nuncio que les
representase ni el coraje
para sobreponerse a la
opresión que sufren. Esa
falta esencial de
solidaridad tan generalizada
y del necesario coraje, han
sido otro factor
determinante de que Vitral
haya podido virtualmente
desaparecer a resultas de un
simple plumazo episcopal.
La desaparición de Vitral
y del Centro es, primero y
principalmente, culpa de
la tiranía castrista. Los
demás actores del drama
cubano, quizás juegan al
“juego” por comprar tiempo
y porque hayan sucumbido
al llamado Síndrome de
Estocolmo de tan alta
incidencia en Cuba.[2]
[1] Michel Suárez, 12 de
abril de 2007 en
www.cubaencuentro.com
[2] Al respecto es
ilustrativo el
pensamiento de Bruno
Bethelheim acerca de
la colaboración pasiva
de tantos judíos
durante el Holocausto,
en el último capítulo:
“El peso de una vida”,
en su libro póstumo:
La Viena de Freud y
Otros Ensayos.
Traducción castellana
de Teresa Camprodón.
Col. Crítica/Drakontos.
Barcelona. Ed.
Crítica. 1991.
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