El Ballet Nacional de Cuba: votando con los pies
Isis Wirth-Armenteros, ATREC - Munich. 20 de abril de 2006. http://www.cubanet.org/opi/042406.htm
¿Por qué un pequeño país como Cuba encabeza en estos momentos la "exportación"
de bailarines clásicos? A su gran pesar, no obstante, el "sueño" de Alicia
Alonso se ha hecho realidad: cuando en los sesenta del pasado siglo el Ballet
Nacional de Cuba comenzaba sus andanzas europeas, la bailarina solía defenderse
de quienes se asombraban de la asociación entonces inusitada entre "ballet" y
"Cuba", y solía decir que la isla no sólo era exportadora de azúcar, ron y
cigarros.
Desde luego, eso nunca significó que el ciudadano medio de cualquier latitud
añadiera el del ballet a los estereotipos cubanos de costumbre de tabaco y el
ron (y sí, en cambio, otros como el del Innombrable). Y ello a mi juicio se debe
a que el arte del ballet, pese a cierta diversificación experimentada en las
últimas décadas, es más elitista incluso que la misma ópera.
Es en los circuitos especializados y en su público de aficionados donde cada día
se hace más evidente que un gran rubro de "exportación" de la isla son sus
bailarines "d'école", siguiendo el término de la danza aprendida en la escuela
para estos efectos. El "fenómeno cubano" se ha extendido y reflejado así, por su
carácter dominante, hoy día, en el hecho de la preponderancia de hispanos en el
ballet. Un crítico estadounidense ha acuñado que "la danza habla español": entre
un 10 y 15 por cien de hispanos integran las principales compañías de ballet en
el mundo. Y en este asunto, sin lugar a dudas, Cuba encabeza el aporte mayor,
cuantitaviva y cualitativamente hablando, seguida por España y Argentina; y
luego, Brasil y México.
Como también, no se podrá negar, que esa eclosión de "lo hispano" en el ballet
fue propiciada y servida por la irrupción de la escuela cubana en la escena
internacional. No hubiese sido ésta el punto de partida, según otro "sueño" de
Alicia Alonso (talante visionario no le falta) de la "gran escuela
latinoamericana de ballet". Asimismo, la bailarina ha tratado de hacer lo suyo
con la "Madre patria", la cual, sin embargo, se ha manifestado más reacia -por
diversas razones que no es el caso exponer aquí- a la férrea constitución
clásica de la cual la directora del Ballet Nacional de Cuba sabe que es la única
capaz de producir de forma constante excelentes bailarines. De manera que, casi
todos los grandes bailarines españoles hoy por hoy, provienen de la escuela de
Víctor Ullate, otro Adelantado en este ámbito.
Independientemente de que en los flujos y reflujos en ese ballet que habla
castellano se acepte o no que el "big bang" inicial fuese el cubano, habría que
aceptar que si los latinoamericanos emigran hacia otras compañías en Europa y
América buscando mejoras salariales y reconocimiento artístico, y los españoles,
por su parte, porque es casi inexistente en su país una agrupación clásica seria
y estable, los cubanos lo hacen por disímiles causas, las cuales si excluyesen
alguna de las que motivan a sus congéneres hispanohablantes sería justo no
incluir la de la inexistencia de una gran compañía clásica en su propio país.
Aunque, por supuesto, referirnos en el caso de Cuba a "la búsqueda de mejores
salarios" sería un eufemismo.
Contar los bailarines cubanos presentes en las compañías más famosas, y también
en medianas y pequeñas, acaso daría hipotéticamente como resultado la formación
utópica de otras dos, a las que asimismo utópicamente pudieran unírseles como
maîtres, profesores y ensayadores, una hornada de danzantes en exilio, que ya
han dejado el escenario, por motivos varios. El ritmo de deserciones en el
Ballet Nacional de Cuba, que comenzó con los llamados "Diez" de París en 1966,
se ha mantenido con gran frecuencia, aunque conoció una merma considerable
después de 1966 y hasta mediados de los ochenta, cuando se partió de un
descontento inicial con la dirección de la "trouppe", luego canalizado en
exilio, en los casos afamados de Jorge Esquivel, Rosario Suárez, y un poco más
tarde, Joan Boada, hoy principal figura del San Francisco Ballet, donde también
brilla Lorena Feijóo, mientras que su hermana Lorna, junto a Nelson Madrigal,
baila para el Boston Ballet. A esta agrupación se ha incorporado recientemente
Daniel Sarabia, laureado de Varna. Su hermano, el portentoso Rolando, quien hace
algunos meses solicitó asilo en EE.UU, debe unirse en breve a una compañía de
ese país. Por lo pronto, Octavio Martín, "quedado" después de corto tiempo, ya
ha firmado contrato con el Cincinnatti Ballet.
En otras agrupaciones del mundo también se encuentran Adiarys Almeida y Cervilio
Amador, en el Cincinnatti Ballet; Rudy Candia y Patricia Pérez, en el San José
Silicon Valley Ballet; Yat Sen Chang y Yosvani Ramos, en el English National
Ballet; Patricia Delgado y Luis Serrano, en el Miami City Ballet; Andrés
Estévez, Orlando Molina; Eddy y Zoica Tovar, en el Orlando Ballet; Isanusi
García, en la Gamonet Maximum Dance Company; Carlos Guerra, en el Miami City
Ballet; Riolama Lorenzo, en el Pensylvannia Ballet; Alain Molina, en el Carolina
Ballet; Reyneris Reyes, en el Boston Ballet; Xiomara Reyes, en el American
Ballet Theatre; Laura Urgellés, en el Washington Ballet y Catherine Zuaznábar,
en el Béjart Ballet de Laussane.
Desde luego, en esa lista no "están todos lo que son". Habría que incluir al
espléndido Julio Arozarena, por ejemplo, en la actualidad con el Ballet de Niza;
o Lienz Chang, en España y aún Osmay Molina, en Puerto Rico y la carismática
Alihaydée Carreño, quien renunciara a la posición de primera bailarina el pasado
año, y que se presentara en una gala de bailarines cubanos que están "afuera" en
Houston. Por eso insisto en que sólo he citado algunos nombres, y me disculpo
por los posibles olvidos o la ausencia de algún nombre del que se dificulte
ofrecer con certeza información.
Los dos más célebres son, sin embargo, Carlos Acosta (Royal Ballet of London) y
José Manuel Carreño (American Ballet Theatre), probablemente los dos bailarines
más completos en el ballet mundial, hoy día. Acosta y Carreño son las dos
grandes estrellas de cierto grupo dentro del Ballet Nacional de Cuba, cuya
salida fue autorizada y regresan como invitados a los festivales internacionales
celebrados en La Habana
Si en algo se justificaría el empleo confuso del término "diáspora" para
referirse al exilio cubano, sería acaso solamente en el ámbito del ballet donde
-no en todos los casos- pudiera aceptarse. Ahí se entremezclan,
indisolublemente, razones económicas, artísticas -que es decir, personales-, y,
claro está, las políticas. Si seguimos al pie de la letra lo que inculcaba el
marxismo habría que citar al propio Marx para recordar que "toda cuestión
económica no puede ser más que política". Y lo demás es puro cuento de
matices... diaspóricos.
Para muchos cuando se habla de las razones que hacen de no pocos bailarines
seres, si se quiere, "apolíticos", vienen al caso aquellos versitos envenenados
que decían "el bailarín que aquí ves/ tiene una rara destreza/ deshace con la
cabeza/ lo que hace con los pies". Versillos injustos e irónicos que la vox
populi atribuye a Nicolás Guillén y que evocan la poca "entendedera" de los
bailarines clásicos. De más está decir que se trata más de un prejuicio que de
otra cosa. La inteligencia de los bailarines no debe ser justamente verbal para
que sea inteligencia, pues en este caso la que aflora es justamente de otro
tipo. Es cierto que el ballet es una faena que demanda tanto del físico y,
también, del dominio mental, que poco tiempo le queda a quienes lo practican
para pensar en otros asuntos. Tal vez menos en ideologías.
Así, en principio, un bailarín cubano no se exiliará por motivos puramente
"políticos", aunque no escaseen los que tengan opiniones netas y que incluso las
expresen con vehemencia. Ahora bien, si en Cuba alguien votase de verdad, aunque
fuera para cambiar a la directora a vida del BNC, ésos serían los propios
vástagos de Alicia Alonso quienes no cesan desde hace más de una década de
ejercer el derecho escamoteado al voto con sus propios pies.
Para hacer justicia me gustaría aclarar que son las demandas acuciantes del arte
del ballet, el esfuerzo sostenido y absorbente de la condición física lo que tal
vez impide a un bailarín entrar en el dominio de los debates del pensamiento.
Pero esas razones no excluyen otras que deben marchar a la par del buen
ejercicio del arte y entre las que para el caso cubano es válido señalar: la del
bienestar material que propicie un desempeño físico cabal. Pese al estatus
privilegiado de que gozan en Cuba los integrantes del Ballet Nacional de Cuba,
el conocido deterioro de las condiciones de vida en la isla a partir del
interminable "Período Especial" ha afectado en mucho al ballet. Allá faltan
adecuadas zapatillas de puntas, se carece de transporte y hasta los salones de
ensayo y teatros se caen a pedazos y con ello las lesiones son frecuentes. Un
bailarín cubano, aunque tan sólo le "interese" bailar, y justo por eso, tendrá
que aspirar a volverse miembro de otra compañía fuera de la isla, incluso de
inferior nivel que la propia, para al menos no tener que preocuparse en cómo
llegar a su clase cotidiana y cómo hacer para alimentarse siguiendo una dieta
adecuada.
Las razones artísticas van de la mano de las económicas. Cada día más, el ballet
clásico, incluso con ese su clasicismo rancio -que Cuba, dicho sea, representa
todavía de manera ejemplar-, clama por intérpretes versátiles, aptos para asumir
los más diversos estilos. En Cuba, sólo es posible aprender un estilo, aun si
éste es de tal excelencia que explica en alguna medida el éxito de los danzantes
formados por la escuela cubana. Pero hoy, en el mundo del ballet, poder
solamente bailar magistralmente El lago de los cisnes y Giselle, los pilares de
mayor dificultad, no es suficiente para satisfacer las exigencias del mercado. Y
a ello debe también añadirse que, artistas al fin y al cabo, los bailarines
cubanos desean probar cualquier otra cosa, que no sea lo que en Cuba, por la
propia naturaleza hermética del régimen se refleja -totalitarismo obliga y falta
de recursos financieros para pagar derechos de autor de coreógrafos extranjeros
de por medio-, en la política estética de la compañía.
Ahora llaman a los cubanos los "nuevos rusos" del ballet, en alusión a la
diáspora de bailarines de la URSS durante el período que comenzara con la
Revolución Rusa de 1917. Aquéllos huían del comunismo, del hambre y del frío que
les impedía bailar a plenitud. Más tarde, durante la época de "esplendor" (tal
vez mejor decir afianzamiento) de la Unión Soviética, los Nureyev, los
Baryshnikov, las Makarovas continuaron a exilarse hambrientos de otras
oportunidades artísticas.
En todo caso, llamar a los cubanos los "nuevos rusos" se debe, entre otras
cosas, a la esencia "diaspórica" avant-la-lettre de los bailarines de la extinta
URSS. Por lo demás, cualquier similitud sería pura coincidencia. Pues aquí la
esencia son las puntas, y las pautas son marcadas por los pies con los que tanto
los rusos de otrora como los cubanos de hoy no han parado de decir al mundo que
votar es también burlarse del Censor, poniendo a salvo talento y esperanza en
donde tengan cabida.
Nota: En la elaboración de este artículo he utilizado datos ofrecidos en
"Latinos en el firmamento", de Célida P. Villalón, publicado en www.danzahoy,
abril 2006.