Bahía de Cochinos: Recuerdos de la Guerra
Por Luis González-Lalondry
Este mes se cumplen 46 años del heroico desembarco en Bahía de Cochinos el 17 de abril de 1961. Ha transcurrido casi medio siglo. Más o menos los mismos años que lleva en el poder el tirano Fidel Castro. Y cuando se acerca un nuevo aniversario de esta gesta, no puedo evitar repasar los hechos que nos llevaron a la derrota, analizar lo poco o lo mucho que se sabe sobre los planes de aquella fallida invasión armada, reconstruir dentro de las posibilidades razonables los errores que se cometieron, y como colofón, repaso la lista de mis compañeros muertos y leo mucho de lo que se ha escrito sobre el desembarco aquella madrugada histórica, incluyendo las páginas de mi libro "Bahía de Cochinos".
Todo esto me lleva a la misma conclusión que he repetido tantas veces: el desembarco en Bahía de Cochinos, fue la única que vez que Cuba pudo ser libre de las garras de la dictadura más antigua y sanguinaria del continente y de la vesania de un tirano perverso, despiadado y cruel, que ha sido capaz 48 años después y al borde de la muerte, de traspasar el poder a su hermano Raúl, como si la isla fuera una finca y los doce millones de cubanos, verdaderos esclavos en pleno siglo veintiuno.
Este mes, como en años anteriores, la radio y la televisión presentarán programas dedicados al desembarco el 17 de abril de 1961, tan especial para nosotros los cubanos, relatando la batalla en Bahía de Cochinos, la guerra que duró tres días, contarán los muertos de ambas partes y los sobrevivientes de la Brigada 2506, frente a las cámaras y los micrófonos, contarán su historia, repleta de vivencias, de grandes recuerdos, de ilusiones, de ideales, pero sobre todo cuajada de patriotismo y de amor por Cuba. Es cierto, amor por Cuba, porque había que amar mucho la patria, primero para enfrentarse 1,500 hombres al ejército castrista, solos, con escasas municiones, sin suficiente parque para nuestras armas, sin tropas de refresco, sin logística, sin apoyo aéreo, con un puñado de combatientes, sin el respaldo de nuestros aliados, con la indiferencia del mundo y sobre todo con el rechazo cómplice de la mayoría de los propios cubanos en la isla, que ese día decidieron su destino, apoyando virtualmente al tirano Fidel Castro y desoyendo el llamado de libertad, que desembarcaba en Bahía de Cochinos con la Brigada de Asalto 2506.
Este error nos ha costado a los cubanos 48 años de la más larga y negra pesadilla que ha podido padecer pueblo alguno en los últimos 200 años de nuestra historia.
Por mi parte, cuando llegan estos días del mes de abril, casi al final de mi vida, prefiero refugiarme en los recuerdos, pensar en los amigos y compañeros que murieron en la guerra y continuar luchando, como lo hemos hecho casi 50 años, con la esperanza de ver a Cuba libre del régimen castrista, que ha convertido un pueblo progresista y feliz, en una muchedumbre de harapientos tercermundistas, que claman porque el mundo se acuerde de sus derechos humanos.
Los horrores de la guerra, dejan una huella eterna con las que hay que vivir siempre. No son sólo las heridas físicas, algunas de las cuales pueden repararse. Las emocionales duran mucho más tiempo y en algunos casos toda la vida. Y cuando llegan estos días del mes de abril, (2) como si fuera el video de una película, repaso en silencio los recuerdos de aquella epopeya y confieso que hay uno de esos recuerdos que jamás he podido olvidar. Sucedió en el poblado de Batabanó, la noche del 24 de abril, cuando nos llevaron allí prisioneros, amarrados con soga y rodeados de soldados armados hasta los dientes a Luis Morse, capitán del barco Houston y al autor de este artículo, después de pasar cuatro días y cinco noches en el mar, sin agua y sin comida y a punto de ser devorados por los tiburones, navegando en el pequeño bote Casilda.
Cuando descendimos de la torpedera castrista que nos capturó en alta mar, en el muelle de Batabanó, un poblado de pescadores al sur de La Habana, nos encontramos con cientos de cubanos que pedían paredón para los "mercenarios". Los supuestos mercenarios éramos nosotros, que habíamos arriesgado la vida para liberarlos de aquella criminal dictadura comunista. Los policías que nos conducían a la pequeña estación a pocos pasos de distancia, tuvieron que hacer grandes esfuerzos para impedir que nos golpearan y algunos se atrevieron inclusive, a empujarnos con ensañamiento y alevosía.
Ya en el edificio de la estación de la policía marítima junto al muelle, con rumbo al calabozo que había sido reservado para encarcelarnos, mucha más gente del pueblo llegaba y con una furia inaudita pedían a gritos que nos fusilaran. Es más, algunos nos escupían y nos llenaban de insultos indecentes. Pero de entre aquella multitud de fanáticos, llenos de odio, de venganza y de revanchismo, salió una mujer rubia, delgada, de pelo largo y de rostro pálido y triste, que llevaba en sus manos un plato de comida. Congrí, bistec en cazuela y boniato --nunca he podido olvidar aquel delicioso menú. Se lo extendió al teniente jefe de aquel grupo de policías y milicianos, "con el ruego de que le dieran de comer a los prisioneros".
Le di las gracias y me quedé mirando su rostro pálido y sus ojos tristes, donde se escondía una mezcla de angustia infinita por la suerte terrible que corríamos en aquel momento, tanto Luis Morse como yo, con los pantalones raídos, enflaquecidos,ç
las camisetas ennegrecidas, achicharrados por el sol, con sed, con hambre, derrotados y vencidos, y al mismo tiempo de rechazo por la conducta de esos cubanos de Batabanó, que se habían lanzado a la calle para exigir la muerte por fusilamiento de aquellos dos prisioneros.
Confieso que no soy muy dado a perdonar, pero en ese momento me acordé de Jesús rumbo al Calvario hostigado por los fariseos y sentí lástima por aquellos facinerosos, que sin conocer nuestros ideales, sin importarles el futuro de Cuba en manos de un grupo de rufianes, sin pensar en las consecuencias de un régimen totalitario y tiránico como el que Fidel Castro, su hermano Raúl y el Ché, se aprestaban a imponerles por la fuerza de las armas soviéticas a los cubanos, le daban su respaldo total y absoluto a los que andando el tiempo serían sus peores verdugos.
Aquella mujer que nunca supe ni como se llamaba, ni de donde había salido, ni quien era, ni cuales eran sus ideas políticas, con aquel plato de comida llena de tanta bondad, en medio de tantas miserias humanas, en ese momento me hizo pensar en Nuestro Señor y repetí en silencio las palabras de Jesús: Perdónalos Dios mío, que no saben lo que hacen.
POSDATA: Luis Gonzalez-Lalondry es periodista y vive en Miami.
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From: La botella al mar
To: aluza
Sent: Wednesday, April 18, 2007 4:09 PM
Subject: Re: Bahía de Cochinos saboteada . Buen resumen en 20 puntos
18/4/2007
Querido Alberto:
Acabo de leer, con inmensa congoja, el relato de la tración horrenda de Bahía de Cochinos. Lo acabo de publicar en "La botella al mar" con la introducción que transcribo más abajo.
Como digo allí, te expreso mis más sinceras condolencias por el sufrimento que todo esto ha sido y es para tí. Pido a Dios por medio de la Santísima Virgen del Cobre que llegue pronto el día de la destrucción de la tiranía en Cuba y de los traidores que hay en los EEUU.
Un abrazo
Cosme