Tomado de
http://www.elnuevoherald.com
En aceras opuestas
Por Vicente Echerri
La respuesta que dio la Iglesia Católica de Cuba este martes a una carta que un grupo de opositores dirigiera al Papa el pasado día 20 --en la que denunciaba el papel de la jerarquía eclesiástica cubana en su reciente diálogo con el gobierno y lo calificaba de ``lamentable y bochornoso''-- viene a respaldar la posición de esos opositores (un caso en que los atenuantes sirven para acentuar la culpa). Que el sacerdocio elija defenderse escudándose en la presunta voz de sus laicos hace más transparente su propósito. En la más clerical de las instituciones, esa declaración de la revista Espacio Laical tiene un inconfundible tufo de sotanas.
Los redactores del editorial --que podrán ser todo lo laicos que quieran pero que copian al dictado la reacción de los monseñores-- deberían haber sido más prudentes, para que la prisa y la cólera de esa reacción fuesen menos notorias. Resulta obvio que la carta que unos ciudadanos enviaran a Benedicto XVI tocó un punto sensible de la Iglesia cubana: al cuestionar la honestidad, el alcance y la bondad de fines de la gestión mediadora del cardenal Jaime Ortega y sus colegas con el régimen, todo el trámite se reduce a un mero coloquio de circunstancias que deja convertido al cardenal en un correveidile del castrismo.
La Iglesia --creo yo-- debería haberse tragado el insulto y haber puesto con humildad la otra mejilla (en definitiva, el perdón es uno de sus viejos negocios) y, a cambio, haber conservado alguna credibilidad con la oposición y con amplios sectores del pueblo cubano --dentro y fuera-- que ciertamente anhelan, para nuestro país, el fin de ese régimen de oprobio, y no su supervivencia ungida y bendecida. Al decir, en este documento, que ``los sectores que aspiran... a derrocar al gobierno cubano, no pueden ni deben ser los que tengan en sus manos el futuro de Cuba'', la jerarquía eclesiástica y sus portavoces toman partido abiertamente a favor de la tiranía y su conservación y, en consecuencia, deciden alienarse del segmento más activo, avanzado y pensante del pueblo cubano, que es aquel que labora por el retorno a la democracia pluripartidista y al sistema económico de mercado.
Pero este documento llega aún más lejos al afirmar que la carta suscrita por el grupo de opositores ``responde a la política del odio que desvirtúa la realidad interna del país, presentándola como un escenario binario de buenos y malos, eclipsando los necesarios matices que se imponen para describir, con un mínimo de seriedad, los complejos procesos sociales y políticos que tienen lugar actualmente en la sociedad cubana''.
Este fragmento, alambicado y untuoso como el propio cardenal Ortega, quiere decir --oídlo bien-- que el régimen que tiraniza a los cubanos hace más de medio siglo no representa un mal mayor que ha destruido a nuestra nación y envilecido a su pueblo, sino que sólo participa del mal, en igual medida que sus opositores, y que, en consecuencia, unos y otros también tienen bondades y se equiparan en esos ``matices'' que hay que tener en cuenta para poder abordar ``con un mínimo de seriedad'' la realidad del país. El relativismo moral que se desprende de estas palabras resulta intolerable. Poner al mismo nivel a los opresores y los oprimidos, a los ladrones y los despojados, a los verdugos y sus víctimas como condición para un entendimiento nacional podría comprometer gravemente --de llegar a tener éxito-- la salud y el futuro de nuestro país durante generaciones. Si la posición de la Iglesia en su diálogo con el gobierno fue calificada de ``lamentable y bochornosa'', esta declaración de Espacio Laical es francamente repugnante y abyecta.
Es posible que a esta hora algunos en la Iglesia cubana ya se hayan dado cuenta de que fueron demasiado lejos, movidos por la iracundia contra los que cuestionaron la legitimidad de su mediación --una mediación que dejaba fuera a la disidencia interna y al exilio--, y estén pensando en el modo de remendar su propio discurso. De ese esfuerzo tal vez seamos testigos en los próximos días o semanas, junto con el de sumar voces, de dentro y fuera, que respalden la validez y el protagonismo de la jerarquía --que no ha sabido disimular ni la vanidad por sus migajas de fama y de poder ni el miedo a perderlas.
Para muchos de nosotros, cualquier rectificación de parte de la Iglesia Católica de Cuba va a llegar tarde. Este editorial de Espacio Laical --que convierte una publicación que alguna vez admiramos en un libelo-- tiene el mérito de revelarnos dónde está la Iglesia y dónde los cubanos que queremos los verdaderos cambios para nuestro país. Ahora sabemos que ella y nosotros nos encontramos en aceras opuestas.
(C) Echerri 2010
En aceras opuestas
Por Vicente Echerri
La respuesta que dio la Iglesia Católica de Cuba este martes a una carta que un grupo de opositores dirigiera al Papa el pasado día 20 --en la que denunciaba el papel de la jerarquía eclesiástica cubana en su reciente diálogo con el gobierno y lo calificaba de ``lamentable y bochornoso''-- viene a respaldar la posición de esos opositores (un caso en que los atenuantes sirven para acentuar la culpa). Que el sacerdocio elija defenderse escudándose en la presunta voz de sus laicos hace más transparente su propósito. En la más clerical de las instituciones, esa declaración de la revista Espacio Laical tiene un inconfundible tufo de sotanas.
Los redactores del editorial --que podrán ser todo lo laicos que quieran pero que copian al dictado la reacción de los monseñores-- deberían haber sido más prudentes, para que la prisa y la cólera de esa reacción fuesen menos notorias. Resulta obvio que la carta que unos ciudadanos enviaran a Benedicto XVI tocó un punto sensible de la Iglesia cubana: al cuestionar la honestidad, el alcance y la bondad de fines de la gestión mediadora del cardenal Jaime Ortega y sus colegas con el régimen, todo el trámite se reduce a un mero coloquio de circunstancias que deja convertido al cardenal en un correveidile del castrismo.
La Iglesia --creo yo-- debería haberse tragado el insulto y haber puesto con humildad la otra mejilla (en definitiva, el perdón es uno de sus viejos negocios) y, a cambio, haber conservado alguna credibilidad con la oposición y con amplios sectores del pueblo cubano --dentro y fuera-- que ciertamente anhelan, para nuestro país, el fin de ese régimen de oprobio, y no su supervivencia ungida y bendecida. Al decir, en este documento, que ``los sectores que aspiran... a derrocar al gobierno cubano, no pueden ni deben ser los que tengan en sus manos el futuro de Cuba'', la jerarquía eclesiástica y sus portavoces toman partido abiertamente a favor de la tiranía y su conservación y, en consecuencia, deciden alienarse del segmento más activo, avanzado y pensante del pueblo cubano, que es aquel que labora por el retorno a la democracia pluripartidista y al sistema económico de mercado.
Pero este documento llega aún más lejos al afirmar que la carta suscrita por el grupo de opositores ``responde a la política del odio que desvirtúa la realidad interna del país, presentándola como un escenario binario de buenos y malos, eclipsando los necesarios matices que se imponen para describir, con un mínimo de seriedad, los complejos procesos sociales y políticos que tienen lugar actualmente en la sociedad cubana''.
Este fragmento, alambicado y untuoso como el propio cardenal Ortega, quiere decir --oídlo bien-- que el régimen que tiraniza a los cubanos hace más de medio siglo no representa un mal mayor que ha destruido a nuestra nación y envilecido a su pueblo, sino que sólo participa del mal, en igual medida que sus opositores, y que, en consecuencia, unos y otros también tienen bondades y se equiparan en esos ``matices'' que hay que tener en cuenta para poder abordar ``con un mínimo de seriedad'' la realidad del país. El relativismo moral que se desprende de estas palabras resulta intolerable. Poner al mismo nivel a los opresores y los oprimidos, a los ladrones y los despojados, a los verdugos y sus víctimas como condición para un entendimiento nacional podría comprometer gravemente --de llegar a tener éxito-- la salud y el futuro de nuestro país durante generaciones. Si la posición de la Iglesia en su diálogo con el gobierno fue calificada de ``lamentable y bochornosa'', esta declaración de Espacio Laical es francamente repugnante y abyecta.
Es posible que a esta hora algunos en la Iglesia cubana ya se hayan dado cuenta de que fueron demasiado lejos, movidos por la iracundia contra los que cuestionaron la legitimidad de su mediación --una mediación que dejaba fuera a la disidencia interna y al exilio--, y estén pensando en el modo de remendar su propio discurso. De ese esfuerzo tal vez seamos testigos en los próximos días o semanas, junto con el de sumar voces, de dentro y fuera, que respalden la validez y el protagonismo de la jerarquía --que no ha sabido disimular ni la vanidad por sus migajas de fama y de poder ni el miedo a perderlas.
Para muchos de nosotros, cualquier rectificación de parte de la Iglesia Católica de Cuba va a llegar tarde. Este editorial de Espacio Laical --que convierte una publicación que alguna vez admiramos en un libelo-- tiene el mérito de revelarnos dónde está la Iglesia y dónde los cubanos que queremos los verdaderos cambios para nuestro país. Ahora sabemos que ella y nosotros nos encontramos en aceras opuestas.
(C) Echerri 2010