Impunidad y libertad. ¿Son compatibles?
por: Alberto Luzárraga
En el discurso sobre el tema cubano algunos propugnan el borrón y cuenta nueva.
Confunden conceptos. Una cosa es el perdón personal y otra cosa es el perdón desde el punto de vista de la sociedad.
La justicia castiga porque de lo contrario es imposible vivir en sociedad. El hombre, animal gregario, necesita que unos valores mínimos sean protegidos para poder convivir. Castigar no es vengarse. Es profilaxis social. El delincuente es penado, no para satisfacer los deseos de venganza de la víctima, sino para que el resto de la sociedad pueda vivir en paz.
Cuando los delitos son producto de imponer una idea política existe aun mayor razón para castigar, para que el ejemplo permita a la sociedad desarrollarse y resurgir. Fue la razón de los procesos de Nuremberg.
El nuevo derecho penal internacional tipifica delitos como el genocidio, el terrorismo y la tortura. Se han plasmado en tratados internacionales y no prescribe la acción para perseguirlos, que se extiende a todos los países signatarios. El principio de obediencia debida a un superior no se admite como defensa.
Irónicamente Cuba ha firmado todos esos tratados. Pero en Cuba hay tortura a granel, terrorismo de estado y genocidio. Si estos abusos se convierten en nada el día que desaparezca Castro, no se puede garantizar una vida normal en la Cuba futura ni una democracia que respete las libertades.
¿Por qué? Porque la impunidad de los malos genera en la ciudadanía el desprecio por la ley y las instituciones y en esas se basan la democracia y la libertad. Es la tragedia de todos los países de que avanzan lentamente hacia la creación de una sociedad libre. Tienen que romper los hábitos de impunidad del poderoso. Obsérvese el caso de Rusia y otros. ¿Hay impunidad? Sin duda.
¿Y por qué? Porque los matones y ladrones de antaño son ahora discípulos, no de Marx sino de Adam Smith y con dinero mal habido compraron conciencias, policías y jueces. ¿Y por qué los compraron? Porque se les consintió la impunidad y se enriquecieron desde el poder.
Una cosa es alentar el caos y la toma de la justicia por la propia mano, siempre reprobable y otra un sentimentalismo perdonador de todo, que es tan cómodo como ingenuo. Personalmente se puede y debe perdonar ampliamente. Es bueno para el espíritu.
Pero, la ofensa social corresponde perdonarla a la sociedad y esto requiere condiciones que a veces concurren y a veces no. Lo justo es juzgar con justicia y apreciar las circunstancias agravantes o atenuantes que afecten al acusado, al cual se le deben todas las garantías procesales incluyendo por supuesto la presunción de inocencia.
La magnanimidad social también cabe con los culpables, confesos y contritos. Para eso están los indultos y la adecuación de la sentencia y la pena. Pero para ser magnánimos hace falta que los culpables reconozcan sus culpas. Entonces, es posible pasar la página y mirar adelante.
Contrariamente, al arrogante y reincidente el perdón sin consecuencias lo vuelve más arrogante y osado. Tal parecería que los pueblos a veces intuyen esos resultados y de ahí los estallidos de ira. Por eso el simple "arreglismo" irreflexivo o comercial es nocivo. Solo producirá más sangre y desolación pues al final la gente se toma la justicia por su mano.
Las sociedades de matones y nuevos ricos inmorales y poderosos solo son agradables a los que tienen alma de esclavos porque así nacieron o porque no conocen otra cosa. Los cubanos que llevan tiempo en tierras de libertad deben propagar la idea de que viven en países libres porque hay instituciones y no hay impunidad.
Esto último debemos pretender para nuestra Cuba.
En la Cuba futura debemos investigar quien quedaría impune y por cuáles delitos. Porque la impunidad y desprecio por la ley, tolerada a los altos niveles, se hace extensiva a la psique social y entonces se imita lo malo en la conducta cotidiana.
Se encanalla el país, o se resiente y explota.
La nueva Cuba merece mas que eso. Merece enfrentar con franqueza el pasado y crear un país sano y nuevo.
Hay mucha ignorancia sobre los crímenes perpetrados. No puede ser de otra forma. Es la consecuencia de un control férreo de la información por más de cuarenta años. Se remedia el problema con una serie de procesos judiciales donde se aporten pruebas para que el pueblo pueda informarse, juzgar y distinguir la gravedad de las conductas. Porque no son iguales las responsabilidades ni los actos delictivos, ni se hace justicia al perseguir solo a los delincuentes de menor cuantía. Dedicar ese esfuerzo a cuanto chivato de pacotilla ha existido en Cuba es perder tiempo en matar mosquitos a cañonazos.
Debo aclarar que no soy partidario de penas de muerte. Que maten ellos. Ya lo hicieron, y de sobra. No debemos comenzar una nueva Cuba con mas muertes. Hay otras penas.
Una serie de juicios bien llevados produciría el proceso de catarsis necesario que los enjuagues no producen. Después de más de cuarenta años de horror merecemos nacer de nuevo sin taras. Y la única forma es enfrentar nuestro pasado de tiranía y superarlo. Entonces, sí que procede el borrón y cuenta nueva.
Pidamos pues justicia de la verdadera, la que Cristo hubiera aplicado. Y recordemos: Dios perdona y también castiga y nos hizo a su imagen y semejanza. Nuestros defectos nos hacen ser imperfectos a la hora de hacer justicia o dar el perdón pero ello no es óbice para tratar de hacerlo como se debe: ni perdón gratis, ni justicia con rencor y venganza.